La ruta de las especias y la seda desde Roma en el siglo I a.C.
Los barcos que partían a la India partían de la costa oriental de Egipto, en los puertos de Myoshormos y Berenice a fines de junio rumbo a Ocelis, Adana o Arlómata. Desde estos puntos, las naves debían internarse en mar abierto por el océano Índico aprovechando los vientos del monzón. Al cabo de unos cuarenta días se llegaba a los puertos de Barbarico, cerca del Indo, Barigaza, en la desembocadura del Narbada o Muziris, en el sur de la India. Resulta interesante que cuando la nave se acercaba a las aguas del Narbada, se encontraba con grandes serpientes marinas de color negro y que al navegar sobre las aguas de la desembocadura del río aparecían otras serpientes, más pequeñas de color verde. La llegada al puerto no era fácil, pues requería del auxilio de barcazas guía para evitar los bajos fondos y esperar la marea alta.1
La importancia del comercio con la India queda demostrado por las monedas imperiales localizadas en esa región. La isla de Patrobana (Siri Lanka) revestía especial interés, por sus ricas especias,2 joyas y seda, lo que suscitó que en Roma fuera recibida con gran atención una embajada proveniente de tan lejano reino, alrededor del año 50 d.C. Plinio relata que los embajadores se admiraron de ver la Estrella Polar y las Pléyades, y la dirección de las sombras.3
La importación de seda podía también realizarse por tierra, aunque la famosa ruta de la seda estuvo bloqueada por los Partos. Su alto costo llevó a un extraño refinamiento, por el cual, las mujeres de la isla de Kos destejían la seda china para fabricar telas delicadas y transparentes. El éxito de esta manufactura fue tal que fueron reexportadas a oriente, junto a otras mercaderías occidentales, como brocado, bordado en oro, teñido de púrpura, etc. Plinio calcula que la importación de estos productos suntuarios de India, China y Arabia representaba un valor de cien millones de sextersios, por lo cual la balanza comercial era favorable al extranjero. No es de extrañar que este y otros lujos hayan contribuido a la crisis inflacionaria de la época de Diocleciano.
Lo que sí es un hecho, es que la existencia de un comercio por trueque con China implica un conocimiento previo del mercado, que en esos tiempos importaba todo tipo de mercancías, ubicado bajo la Osa mayor en el Periplous maris Erithraei. Al cabo del tiempo, los partos fueron vencidos, abriéndose de nuevo la ruta por la cuenca del Tarim, pero en esta ocasión los mongoles habían avanzado hacia el sur, impidiendo de nuevo continuar la ruta terrestre de la seda. Por ello se renovaron los esfuerzos por ampliar la ruta de la India, siguiendo por el golfo de Bengala hasta la desembocadura del Irauadi, en Birmania y remontar hacia el norte por dicho río hasta Bahmb, donde las mercancías debían llevarse por tierras hasta las cercanías del río Tang-tse, en la ciudad de Yun-nan. Otra posible ruta era alcanzar el puerto de Tacola, en Indochina y luego bordear el estrecho de Malaca, pero por lo peligroso de esas aguas se prefería la increíblemente larga ruta del estrecho de Sonda, lo que obligaba a bordear muy al sur y remontarse por el mar de China hasta el puerto de Cattigara, en el sur de ese país.
1. Paul Herrmann, Historia de los descubrimientos geográficos, ed. Labor, Madrid, 1968, p. 161-166. Véase Thomas Hölman, La Ruta de la Seda, Madrid, Alianza Editorial, 2008, p-32-37.
2. Véase Román Hereter, El Comercio de las especias orientales desde la Antigüedad a las Cruzadas: un estudio geopolítico, tesis de doctorado en Historia, Universidad de Barcelona 2018, director: Ramon Járrega, tutor: Ramón Martí.
3. Plinio el viejo, n. 23 d.C. pertenecía a una clase de caballeros y tuvo una activa participación en los gobiernos de Nerón y Vespasiano, quien lo nombró prefecto de la flota en Misenum y realizó varios viajes. Su obra magna, la Historia Natural es una referencia obligada de la antigüedad, que en el siglo III tuvo varios reseñadores, como Solino, quien se dedicó al ámbito geográfico, pero mucha de su obra está perdida.
4. Véase Jordi Pérez González, Purpurarii et vestiarii. El comercio de púrpuras y vestidos en Roma, Editura Universităţii “Alexandru Ioan Cuza” din Iaşi, 2016.
Élites comerciales de la Nueva España en el siglo XVI
La expansión del estado castellano en el siglo XVI se basó en la reconquista de la península ibérica y condujo a
la formación del imperio con el descubrimiento de América. Este
modelo abrió la dos frentes,
uno de los cuales estaba a cargo de la Corona española para abastecer al centro del sistema. La fórmula del imperio y la monarquía sirvieron como un
estado fuerte en beneficio del desarrollo económico en las áreas
centrales. Las zonas periféricas como la Nueva España proveyeron de metales preciosos y excedentes de la energía del trabajo
humano, fundado en la extensión del ideal de unidad universal cristiano y
potenciado como elemento unificador del imperio.
La minería se apoyó en las industrias agrícolas comerciales establecidas a su alrededor. Las curvas de
exportación de mineral muestran que a partir de 1550 la producción de plata
siguió un ciclo ascendente hasta principios del siglo xvii, cuando el capital generado en la Nueva España había
impulsado las cadenas de valor en el ámbito agrícola. La expansión de la
frontera agrícola siguió al establecimiento de las minas en el norte de la
Nueva España. Sin embargo, la formación de grandes propiedades ganaderas, la
hacienda y la producción agrícola de autoconsumo iniciada en ese siglo fueron
las fuentes de riqueza que alimentaron al sistema de circulación. El capital
comercial, generado por el plustrabajo indígena, alimentaba al minero, contradice
la tesis de la “riqueza minera” de la Nueva España.
La Nueva España del siglo xvi
fue una formación político-económica encaminada a dar salida a la crisis
europea y a la expansión del sistema-mundo de Occidente. Su carácter periférico
radica en el destino de la explotación minera, las plantaciones de azúcar
transformados en capital y trasladados a Europa central a través de España. La
formación de élites comerciales, burocracia y administradores de la ideología
respondió al carácter imperial del subsistema español (monarquía absoluta) como
articuladora de la nueva división europea del trabajo.
Economía y
comercio en Nueva España 1620-1700
La expansión europea en el siglo XVI y el aporte de metales
preciosos americanos provocó una reactivación económica de gran magnitud, que
repercutió en el aumento de los precios en ese siglo. España y Portugal
llevaron la cabeza en ese proceso, que permitió la transición de la Edad Media
a la modernidad en la península Ibérica, pero que enfrentó a España con otras
potencias europeas con resultados adversos, iniciándose un cambio en el modo de
producción, que condujo al desarrollo del capitalismo.
La crisis europea del siglo XVII presionó a la Corona
española a buscar más fuentes de producción de plata para saldar el déficit de
manufacturas. Mediante concesiones en la Casa de la Contratación de Sevilla, en
los puertos y ciudades novohispanas y hasta las regiones apartadas, los
comerciantes más favorecidos obtuvieron enormes ganancias. Su poder les
permitió monopolizar el sistema comercial interno, atado de manos por la
sustracción de metales y ser los únicos controladores de la producción y
acuñación de plata en el reino.
La Corona se debilitó por este sistema y más aún por la
competencia que enfrentó contra Holanda, Inglaterra e incluso Francia. La
penetración de estas potencias en el Caribe les proporcionó una plataforma para
introducir los excedentes que en Europa deprimían la economía. La persecución
de los judíos lusitanos fue un episodio que se inscribió en una política
proteccionista, cuyos resultados a corto plazo sólo beneficiaron a las élites
locales.
El mayor daño que hicieron los comerciantes de la plata a la
economía novohispana fue el entorpecimiento de la circulación monetaria, el
acaparamiento del sistema comercial y el mantenimiento de un sistema de
privilegios que, en el largo plazo, no permitió el crecimiento económico del
Imperio español. En Nueva España, la retención de plata por medios ilícitos
permitió la construcción de magníficos templos y retablos. Estas obras
legitimaron a los donantes tanto como la obtención de títulos nobiliarios, pero
perpetuaron una situación de privilegio que redundaba en la falta de dinamismo
económico.
El sistema comercial de la América hispana durante el siglo XVIII
El sistema comercial basado en
el monopolio de los comerciantes de Cádiz vendía sus productos a precios tan
elevados, que los consumidores en las colonias tenían que pagarlo como clientes
cautivos. Además, la disminución del contrabando y el retardo de las ferias
lesionaba a la economía americana; a la llegada de las flotas se presentaban
crisis económicas, por la escasez de circulante y la depresión de las
actividades manufactureras. El sistema de flotas acabó por sus propias
contradicciones, pero el llamado comercio libre tampoco impulsó la economía de
los reinos, ya que los créditos otorgados por la Iglesia a los comerciantes
eran tan elevados que mantuvieron la balanza inclinada en detrimento de los
consumidores y la economía local.
El enfrentamiento entre España
y las potencias de Europa occidental tuvo un resultado negativo para América:
ésta se convirtió en presa de las estrategias mercantilistas de las naciones
que iniciaron su desarrollo basándose en la importación de materias primas y
metales preciosos para fomentar su industria. En términos globales se trata de
una transferencia del superávit de las colonias y su descapitalización mediante
un comercio desigual: la supresión de la economía monetaria en gran parte de la
población, las prohibiciones sobre las industrias y el comercio americano. El
traslado de renta de América a España sólo sirvió para retardar la caída del
Imperio español; las reformas borbónicas fueron favorables a los intereses de
los grupos que, mediante usos diferenciados del capital, pudieron adaptarse a
las nuevas circunstancias.
El conflicto con Inglaterra y
los Países Bajos fue afrontado por los reformadores de la época de Carlos III
combatiendo los privilegios y el contrabando, con excelentes resultados
recaudatorios, pero con una visión muy estrecha para el desarrollo industrial;
es decir, fue una modernización defensiva. La élite cubana, novohispana y
rioplatense pudieron reconvertir sus actividades comerciales en
agroindustriales. En el caso de Cuba, las ligas de este grupo con la metrópoli
permitieron mantenerse dentro del imperio.
En términos estratégicos,
España tuvo que aliarse con Francia para combatir el contrabando distribuido
desde Kingston a los puertos españoles del área circuncaribe. En esta zona,
Inglaterra aplicó enérgicas políticas que incluyeron la guerra frontal, para lo
cual desarrolló una importante industria naval y marinos calificados para una
intervención masiva en América, tanto en el Atlántico como en el Pacífico,
financiada con la plata del nuevo continente.
Las acciones marítimas
emprendidas por Inglaterra respondieron a un nuevo tipo de pensamiento iniciado
en el siglo XVII, (el físico-matemático) de orientación pragmática que le
permitió usar la ciencia como arma de expansión imperial. Mientras que en la
América colonial, los estímulos positivos de corte ilustrado tuvieron una
versión tardía, con la tímida introducción de “saberes útiles”, promovidos en
algunos aspectos productivos, como la minería en Nueva España y el Comercio en
Buenos Aires.
Los comerciantes en el México de mediados del siglo XIX
Las políticas liberales pueden
entenderse como una respuesta a los desastres económicos de la primera mitad
del siglo XIX. Este proceso fue visto por Manuel Payno como consecuencia de las
ventajas obtenidas por el contrabando de los comerciantes extranjeros, quienes
contaban con mayor acceso al crédito y redes de apoyo étnico o de sus potencias
en el exterior. Sin embargo las ganancias del contrabando eran compartidas por
comerciantes locales, las inversiones efectuadas en industria solían acabar en
bancarrota debido al bajo poder adquisitivo de los mexicanos y la falta de un
verdadero mercado nacional. Los comerciantes de los puertos, dedicados a la
importación deseaban un comercio libre y aranceles bajos mientras que los
comerciantes del interior, ligados a determinadas industrias favorecían el
proteccionismo.
Los elevados costos de transacción y el mercado deprimido
hacían que el comercio no produjera utilidades equiparables a los riesgos, por
lo que algunos comerciantes emplearon sus capitales en el agiotaje.
La estructura comercial operaba sobre la base de la
institución familiar iniciada desde la época colonial, bajo el monopolio del
Consulado de comerciantes; tuvo aspectos competitivos en algunos momentos de la
primera mitad del siglo XIX pero se convirtió en una guerra ideológica y
violenta promovida por la Iglesia-propietaria. El comercio se replegaba a sus
regiones o perdía grandes sumas en cada asonada.
Entre 1821 y 1867, los intereses de los grandes
propietarios, que actuaban como corporación ante los gobiernos para la
obtención de concesiones especiales, crearon una estructura institucional que
desalentaba la productividad. La innovación y la eficiencia eran valores
subyugados ante el juego de la política y la aventura militar. Con ello se
perdió la oportunidad histórica de colocar a México dentro de los países
desarrollados, iniciando una situación de dependencia.
Las familias de propietarios-prestamistas ampliaron sus
ganancias gracias a los gobiernos débiles, lo que se tradujo en constantes
cambios de gobierno, excesivos gastos militares y mantuvo a la nación expuesta
a las intervenciones extranjeras. El grupo liberal expresó de manera ideal sus
aspiraciones políticas, aplicando modelos ideológicos importados y fincando
grandes expectativas en la ley como instrumento de cambio. Las Leyes de Reforma
contribuyeron a la unificación y fortalecimiento del Estado y de un conjunto de
símbolos patrióticos, pero no condujeron a la formación del mercado fuerte
antes de 1867.
Bibliografía
- Brading, David A.,
Mineros y comerciantes en el
México borbónico, 1763-1810,
México, Fondo de Cultura Económica, 1975.
- Macleod, Murdo J., “España
y América: el comercio Atlántico, 1492-1720”, en Bethell, Leslie, (ed.), Historia de América Latina, Crítica,
Barcelona, 1990, v. 2.
- Marichal, Carlos y Mario Cerutti (comps.), Historia de las grandes empresas en México, 1850-1930, Fondo de
Cultura Económica, México, 1997.
- Romano, Ruggiero,
Mecanismo y elementos del sistema
económico colonial americano, Fondo de Cultura Económica, México, 2004.
- Sartorius,
Carl Christian, México hacia 1850,
Conaculta, México, 1990 (Cien de México).
- Wallerstein, Immanuel, El moderno
sistema mundial, México, Siglo xxi, 1984.
La Sorpresa y Primavera Unidas
El Gran Almacén de Ropa La Sorpresa y Primavera Unidas,
ubicado en la esquina de Alcaicería y 1a calle de Plateros, núms. 7 y 8, era
propiedad de A. Fourcade y Goupil. Este elegante
establecimiento ofrecía perfumes franceses, telas finas de lino,
exquisitas gasas de seda y ropa de algodón, abundando los artículos importados
de Europa, con la seguridad de contar con sede en también, Rue de l’Echiquier
41, Paris 10.
El almacén ofrecía sus mercancías en cinco departamentos: artículos para amueblar y
mantelería; ropa blanca; modas para señoras; uno de encajes, adornos y
guantes, y otro especial de artículos religiosos. Estas mercancías también podían
enviarse a domicilio. En sus anuncios comerciales de 1891 también encontramos que para entonces
ya contaba con teléfono: el número 608.
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Esquina de Alcaicería y 1a de Plateros, imagen: Figueroa Domenech 1899. |
En 1907, el inmueble fue transformado y modernizado por el arquitecto Hugo Dorner y
el ingeniero Luis Bacmeister, con una notable estructura metálica, maravilla de ingeniería, acabado en
tan sólo tres meses, satisfaciendo el requerimiento de rapidez y modernidad de los propietarios, además, el nuevo almacén se amplió un piso más para solaz de la exigente clientela. El espacioso edificio tenía 30 metros de frente por 40 metros
de fondo, labrado en piedra de cantera y “chiluca”.
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Esquina de la calle Madero y Palma. Foto del autor, 2015. |
El
edificio que se observa en al actualidad es tan sólo una
parte, correspondiente a la esquina de Madero y Palma. El edificio
contiguo fue
demolido por la piqueta ignorante y convertido en un cajón insípido y
obtuso.
Conserva detalles delicados, como las cartelas y una especie de
hornacina, tal vez rescatada del antiguo edificio. Han desaparecido los
letreros que corrían
debajo de las cornisas, pero sobresale su balcón central y la
extraordinaria
herrería, mansarda y lucarnas que redondean su estilo neoclásico
francés. La excelente cimentación, ingeniería y
materiales se reflejan en su prestancia actual, testigo del progreso que
hoy se
esfuma en nuestro país.
Don
Manuel Gutiérrez Nájera evoca las puertas de este
establecimiento en su poema a la duquesa Job (una grissette o empleada del mismo), mientras que a José de T.
Cuéllar le impresionan los miriñaques vendidos en el connotado negocio.
En otras imágenes antiguas se aprecia el frenesí de carruajes y
transeúntes que llegan a sus compras. La misma
actividad ocurre por la calle en la actualidad, pero sus puertas están
cerradas: el poder adquisitivo de los mexicanos de hoy es bajísimo y no
logramos
imaginar siquiera lo que nuestros bisabuelos vivieron, pero que la
barbarie destruyó.
Bibliografía
- Figueroa Domenech, Guía general descriptiva de la República Mexicana, Barcelona, 1899, vol. I.
- Paz, Ireneo y José Ma. Tornel, Guía comercial de la Ciudad de México, 1882.
- Silva
Contreras, Mónica, "Arquitectura y materiales modernos: funciones y
técnicas internacionales en la ciudad de México, 1900-1910,
en INAH,
Boletín de monumentos históricos,
Tercera época, núm. 22, mayo agosto, 2011.